Hoy quiero compartir con ustedes algo que me ocurrió en una tienda de Costco. Como un día más, me levante con el ánimo que te trasmite uno de esos días, que tú sabes que están pasando tantas y tantas cosas a tu alrededor, en tu entorno; que no puedes ignorar. Esas que afectan el estado emocional y hasta el carácter, por estar relacionado a situaciones personales que no puedes solucionar. Me dije a mi misma. – tienes que salir y buscar al menos algunos productos que necesitas para el día de mañana- Y qué mejor lugar para mi, que Costco. Más tarde, después de cumplir con varias actividades de mi día a día, me encaminé hacia ese lugar. Como me había imaginado, estaba tan lleno, que apenas encontré parqueo, para estacionar mi carro. Pensé – Lo mío es rápido, solo necesito comprar cuatro o cinco artículos y me voy enseguida. Continué buscando lo que tenía en mi lista. Al encontrarlos, me dirijo hacia la caja. Hasta aquí , todo había salido según lo había planeado. Entonces pensé – Ahora viene la otra parte y quizás la más complicada, hacer la larga línea, pero la hice pacientemente. Cuando llegó mi turno, comenzó lo inesperado para mi. Había presentado mi tarjeta plástica a la entrada la cual no solo me sirve para identificarte como miembro, sino también para pagar, una VISA. En primera instancia pensé, que la había puesto en el mostrador o que se la había dado al muchacho que ayudaba en la caja. Le pregunté – ¿usted tiene mi tarjeta?- Él respondió rápidamente de manera negativa. Busqué en bolsillos.., miré hacia mis alrededores buscando y, nada. Obviamente se me había caído en algún lugar de la tienda sin darme cuenta,_ ¿pero dónde?- me pregunté. Me fui corriendo tras mis pasos, caminando por cada lugar, que creía haber pasado. En este punto de mi odisea, ya no pensaba en los productos, sino en recuperar la tarjeta o en los trámites que tendría que hacer para cancelarla. Cuando ya casi la daba por perdida, estaba ella, mi VISA, en una esquinita en el suelo con mi foto hacia arriba. La tome del piso apresuradamente. Ya más tranquila pensé – y ahora ¿Cómo busco los artículos que ya tenia en el carrito, tendré que volver hacer la fila, ahora ya, más larga? Llegué nuevamente a la registradora, esta vez en sentido contrario para hablar con él joven que me atendió. Le pregunté – por favor ¿usted me recuerda? – ¡Si, sí Señora!- respondió el empleado. Volví a preguntar – ¿por favor, dónde están los artículos,que estaban en el carro?- y volví a preguntar- ¿tengo que hacer la línea de nuevo? El muchacho me respondió de inmediato. – Señora, ellos todos están en aquellos carros allá y señaló, hacia ellos- Él añadió- si se acuerda de ellos los debe encontrar todos allí- Me dirigí hacia ellos, los carritos, a tratar de encontrarlos. El muchacho no solo me respondió, sino que dejó lo que estaba haciendo, pidió ayuda para no dejar la línea que él atendía sin asistencia. Vino amablemente y me ayudó a encontrar uno a uno cada producto que yo previamente había seleccionado. Acto seguido se acercó el manager de la tienda, quien cuando conoció lo que estaba pasando, me dijo con tono suave y amable. – No se preocupe señora, los clientes de la tienda son bien considerados y casi siempre devuelven las tarjetas y que bueno que usted misma, la encontró. Enfatizó – No se preocupe por la línea, pues yo le cobraré personalmente en esta registradora- y la señaló. Cuando él, manager, fue a pasar los artículos por la mencionada registradora, detectó que uno de los artículos se había dañado en el movimiento de un carro a otro. Entonces, nuevamente, el muchacho, que seguía cerca. Fue rápidamente en busca de otro similar, terminando al fin la transacción con el recibo y mi profundo agradecimiento ante tanta cortesía por parte de ellos. Todo lo ocurrido, quizás cotidiano, que le puede pasar a cualquiera, tiene un lindo mensaje solidario y de empatía humana. Nuestra sociedad tiene grandes hombres, llenos de valores humanos y sociales, que se manifiestan y florecen en situaciones como éstas o semejantes. Gracias Costco y a su personal por abrazar a sus clientes con brazos de cortesía y amabilidad.
© María del Carmen Martínez